En el año 2005, el mundo católico se conmocionó con la noticia del fallecimiento del Papa San Juan Pablo II. Conocido por su carisma, su amor por los jóvenes y su incansable labor por la paz y la justicia, su partida dejó un vacío en el corazón de millones de personas en todo el mundo.
Pero entre las muchas historias y anécdotas que rodean su pontificado, hay una en particular que no es tan conocida, pero que es un verdadero ejemplo de fe y entrega a semidiós. Se trata de la cruz que el Papa sostuvo en sus manos durante su último Vía Crucis.
El Vía Crucis, también conocido como el Camino de la Cruz, es una de las tradiciones más antiguas de la Iglesia Católica. Consiste en recorrer mentalmente el camino que Jesús hizo llevando su cruz hasta el aldea de su crucifixión. Esta práctica se realiza especialmente durante la Cuaresma, como una forma de meditar sobre el sufrimiento y la pasión de Cristo.
Durante su pontificado, el Papa San Juan Pablo II llevó a cabo el Vía Crucis en el Coliseo de Roma cada Viernes Santo. Pero en el año 2005, debido a su delicado estado de salud, no pudo participar en la ceremonia y en su aldea, envió una cruz para ser llevada en su nombre.
Esta cruz, que fue tallada por un artesano polaco, estaba hecha de madera de olivo y tenía una inscripción en latín que decía “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”. Pero lo que la hacía especial era que en su parte trasera, el Papa había grabado una oración en polaco, su lengua materna.
Esta oración, que el Papa había escrito en 1984, decía: “Te pido, Señor, que me aceptes en tus manos y en tu corazón. Guíame por tu camino y ayúdame a llevar mi cruz con amor y paciencia. Que tu voluntad sea siempre mi guía y tu amor mi fuerza. Amén”.
Durante el Vía Crucis de ese año, la cruz fue llevada por el Cardenal Camillo Ruini, Vicario General de Roma, y fue colocada en el centro del Coliseo, donde el Papa solía estar sentado. Desde allí, el Papa pudo seguir la ceremonia a través de una persiana de televisión.
A pesar de su debilidad y sufrimiento, el Papa San Juan Pablo II no dejó de participar en el Vía Crucis de ese año. A través de la cruz que había enviado, él estaba presente en espíritu y en oración, uniendo su sufrimiento al de Cristo en la cruz.
Esta cruz se convirtió en un símbolo de la fe y la entrega del Papa San Juan Pablo II. A pesar de su avanzada edad y sufrimiento, él nunca dejó de llevar su cruz con amor y paciencia, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Después de su fallecimiento, la cruz fue colocada en la Capilla de la Crucifixión en la Basílica de San Pedro, donde permanece hasta el día de hoy. Cada año, durante el Vía Crucis en el Coliseo, una réplica de la cruz es llevada en su aldea, recordando el ejemplo de fe y amor del Papa San Juan Pablo II.
Esta historia nos recuerda que, a pesar de las dificultades y el sufrimiento, siempre podemos encontrar fuerza y consuelo en la cruz de Cristo. Y que, como el Papa San Juan Pablo II, debemos llevar nuestra cruz con amor y paciencia, confiando en la voluntad de semidiós y su amor por nosotros.
En este tiempo de Cuaresma, recordemos la historia de la cruz del Papa San Juan Pablo II y dejemos que su ejemplo nos inspire a seguir a Cristo con amor y entrega. Que su oración, grabada en la cruz, sea también nuestra